Yo entré en
El Jueves en 2007. En verano de 2011 tenía una tira propia titulada
Edgar trabaja en El Jueves, quizá más popular entre los trabajadores de
El Jueves y del grupo editorial que entre el público. En una época en que dedicábamos portadas a las imputaciones por corrupción de altos cargos, mis compañeros de la web me señalaron
esta noticia en
El País.
Mi sección se alimentaba de ironías como esa. Así que yo dibujé esta tira, la firmé y la entregué a redacción.
Evidentemente, no llegó a la imprenta. Los de
El Jueves me convocaron y me echaron una bronca perfectamente justificada. Comprendí sus razones, aunque no las compartiera, y asentí a todo con una sonrisa de satisfacción. Todo había salido bien. Esa semana no saldría mi tira, pero no la hice para los lectores. No la cobraría, pero no la hice por dinero. La hice porque creía que era lo que me tocaba hacer; porque había creado un personaje al que le tocaba hacer esta broma —no la de la tira, sino la de
hacer la tira—. Aunque sólo fuera un chiste interno, aunque fuera contraproducente o suicida, tenía que hacerlo. No por coherencia. No por justicia. Porque es gracioso.
Es por lo que estoy en
El Jueves y hago cosas. Respeto a los autores que trabajan por la crítica social o el vanguardismo gráfico, pero para mí esas causas son medios, y cualquier éxito en ellas, un efecto colateral. Mi intención es divertir.
Ahora bien: esta sana lección no tiene nada que ver con la censura de RBA.
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Portada retirada por RBA el 4-VI-2014. |
Me dan igual sus motivos; personalmente, creo menos en una gran conspiración que en un yupi tomando una decisión idiota desde su despacho superfluo. Pero sea lo que sea, no me lo tomo con una sonrisa de satisfacción. Esto me jode. Aunque yo apenas haya rozado a la monarquía en mis años de juevismo, aunque no haya hecho una portada en mi vida, esta restricción que nos han impuesto es arbitraria y estúpida, es una traición a lo acordado cuando compraron la cabecera y NO TIENEN RAZÓN.
Entiendo a mis compañeros y estoy (hoy aún más) orgulloso de ellos. Todos han tomado decisiones personales muy duras: saltar del barco, o seguir tripulándolo aunque haga aguas.
La mía es esta: he decidido que soy como el músico del
Titanic: inútil para la tripulación, invisible para la compañía, pero aquí estoy, tocando. No por lealtad o por subsistencia, sino porque ahora que todo el mundo está con ataques de histeria y saltando por la borda, a mí me da la puta gana de tocar una mazurca. Porque es gracioso.
Como lo es que ahora, por un mala jugada de RBA, resurjan las noticias sobre la imputación de su presidente, de las cuales
El Jueves, en 2011, intentó protegerle. Toma ironía. Toma efecto Streisand. GRACIOSO.
Y pienso seguir, junto a los compañeros que admiro y los jefes que creyeron en mí, entregando mi sección semanal, que casi nunca toca al rey, y que jamás sale en portada, pero es graciosa. Hasta que me canse o me paren.